Un taxímetro (del griego τάξις, tasa, y -metro, medir. Que mide la tasa.), es un aparato de medida mecánico o electrónico usualmente instalado en los llamados taxis, similar a un odómetro. Y mide el importe a cobrar en relación tanto a la distancia recorrida como el tiempo transcurrido.
El primer taxi equipado con el invento fue el Daimler Victoria fabricado por Gottlieb Daimler en 1897.
En la antigua Roma, existían taxímetros que funcionaban por medio de un mecanismo solidario con el eje de una carreta que iba liberando pequeñas bolas. Al final del trayecto, el pasajero pagaba en función de las bolas liberadas.
En algunos lugares utilizan un pequeño cartel luminoso para indicar si están libres. En Argentina es llamado banderita, nombre que acarrea desde los taxímetros mecánicos, en los que se giraba una banderita ocultándola para comenzar un viaje, y al finalizarlo se volvía a la posición visible. También pueden utilizar con el mismo fin un cartel luminoso en el techo.
Las tarifas varían según la zona, pero se adaptan a un modelo general. Lo mismo sucede con el funcionamiento.
Solo para hacer algo de historia, los taxímetros fueron inventados en la antigua Roma, en la que mediante un manojo de pequeñas esferas de madera o piedra que iban cayendo en un saco según la cantidad de vueltas que diera la rueda del carro le indicaban al conductor cuanto cobrarle al pasajero.
Pues bien, básicamente la idea es la misma y no ha variado en los últimos 2000 años, solo que ahora se ingresó una nueva variable, el tiempo, es decir ya no solo se cobra por distancia, sino por tiempo también. Hay diferentes fórmulas para obtener el precio a cobrarse, pero todas utilizan la cantidad de kilómetros recorridos Multiplicadas por una tasa, y la cantidad de tiempo en espera por otra tasa (menor).
Durante muchos años se hicieron y crearon diferentes formas mediante las cuales los taxistas podían aumentar su ganancia, la más conocidas eran la de desinflar un poco las llantas para que dieran más vueltas y el taxímetro mostrara como mayor la distancia recorrida, dar vueltas innecesarias para llegar a un destino conocido, o incluso ir por zonas de mayor tráfico. Es por eso que en ciertos países donde las regulaciones y las reglas son mucho más estrictas se han instalado los taxímetros con comunicación de GPS y guías de voz para que el cliente o pasajero también escuche el camino y la distancia recorrida, incluso incluyen formas de pago como tarjetas de débito y crédito en éstos. Claro está que imprimen recibos por sus servicios.
Si la vida urbana es el intercambio de un sistema de signos que, de tan característicos, se vuelven cabalísticos, entonces un buen trozo de nuestra vida cotidiana comenzó el 10 de agosto de 1911, cuando el país era gobernado por el presidente interino Francisco León de la Barra.
Aquel martes 10 de agosto se tomó la medida, impopular, de llevarlos al orden. La invención del taxímetro había sido recibida en Alemania con el siguiente performance: los choferes hicieron una marcha de protesta y arrojaron el invento a las aguas del Spree. No lograron, sin embargo, borrarlo de la faz de la Tierra: en 1907, un norteamericano, Harry Hallen, se enriqueció montando el primer servicio de autotaxímetros que hubo en Estados Unidos.
Aquella cajita contadora de tiempos y distancias resultó una maravilla: aliviaba tensiones innecesarias, resolvía el conflicto cotidiano que generaba el hecho de que los choferes cobraran "al tanteo". Todas las ciudades del mundo quisieron tener una.
A México le tocó el turno en 1911. Ese martes, la Inspección de Coches y Bicicletas anunció en los diarios la implantación del curioso dispositivo mecánico. El banderazo sería de 20 centavos. Cada 200 metros, un timbre anunciaba que otros cinco centavos se habían añadido a la tarifa.
La cosa se hizo científicamente. El encargado de la Inspección, Miguel Serrano, realizó recorridos que le hicieron constatar la exactitud con que funcionaba el aparato. Ir de la estatua de Carlos IV a la glorieta de Cuauhtémoc, costaba 30 centavos; trasladarse de la calle de Gante a la Estación Colonia, 50; viajar del centro a la plaza de toros de la Condesa, un peso.
El clásico afirma que a cada cosa, un problema: la gente no tardó en quejarse porque el constante sonido del timbre era una amenaza para los nervios y un ataque directo contra la cartera. A cada timbrazo, uno tenía la impresión de que le estaban quitando algo. Bienvenidos a la vida moderna.
La relación entre la ciudad y sus taxis había sido, hasta entonces, bastante enloquecida. El 17 de julio de 1742, el periodista Manuel Antonio de Valdés pidió
permiso de establecer un sitio de coches a un costado del palacio virreinal. Se trataba de ocho carromatos que tenían en su interior un abultado reloj (bisabuelo del taxímetro) que dejaba saber a los pasajeros cuánto había durado su viaje. El carruaje se alquilaba por cuatro reales la hora.
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